viernes, 26 de julio de 2019

#NotasdeLectura

"Una diligencia excesiva en el colegio o en la universidad, en la iglesia o en el mercado, es síntoma de una vitalidad deficiente, y la facultad para el ocio implica un apetito universal y un marcado sentido de la identidad personal. Hay un tipo de personas apagadas, muertas en vida, que apenas son conscientes de vivir, excepto en el ejercicio de alguna ocupación convencional. Si las llevas al campo, o las subes a un barco, verás que añoran su mesa de trabajo o su estudio. Carecen de curiosidad; son incapaces de entregarse a estímulos fortuitos; no obtienen placer alguno en el mero ejercicio de sus facultades, y a menos que la Necesidad las espolee, permanecen inmóviles. Es inútil hablar con gente así; no pueden estar ociosas, porque su naturaleza no es lo suficientemente generosa, y pasan en una especie de coma las horas que no están dedicadas a bregar frenéticamente para obtener oro. Cuando no es necesario que vayan a la oficina, cuando no tienen hambre ni les apetece beber, todo el mundo vivo está vacío para ellos. Si tienen que esperar un tren durante, por ejemplo, una hora, entran en un estúpido trance con los ojos abiertos. Al verlos, cabría suponer que no hay nada que mirar ni nadie con quien hablar; que estaban paralíticos o enajenados; y, sin embargo, es muy posible que en su trabajo se esfuercen a su manera y que tengan buen ojo para detectar un error en un documento o un cambio en la bolsa. Han pasado por el colegio y la universidad, pero siempre tenían la vista fija en la medalla; se han movido por el mundo y mezclado con personas inteligentes, pero todo el tiempo estaban pensando en sus propios asuntos. Como si el alma humana no fuera ya demasiado limitada, han estrechado y empequeñecido la suya aún más con una vida enteramente de trabajo y nada de juego; hasta que los encontramos a los cuarenta años con la atención embotada, la mente vacía de cualquier elemento de distracción, y ni un pensamiento que pulir contra otro, mientras esperan el tren. De niño, se podría haber encaramado a los vagones; a los veinte años, habría mirado a las chicas; pero ahora la pipa se ha consumido, la caja del rapé está vacía, y mi caballero está sentado en un banco muy tieso y con ojos lastimeros. No me parece que esto sea el Éxito en la Vida."

Del ensayo: En defensa de los ociosos, Robert Louis Stevenson

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