lunes, 14 de julio de 2014
'Selfie' aquí, 'selfie' allá, ¿por qué no podemos parar?
Los autorretratos existen desde hace siglos, pero hoy, gracias a los 'smartphones' es más fácil hacerlos, publicarlos y mostrarlos al mundo.
De acuerdo con el sitio BuzzFeed, cada 60 segundos suben 208 mil 300 fotos a Facebook, 27 mil 800 a Instagram y 278 mil tuits son generados, muchos de ellos con selfies.
Los antepasados de las selfies
Las selfies no son nada nuevo. Su precedente está en el Renacimiento italiano. En el Cinquecento, cuando Raffaello Sanzio, El Parmigianino y Andrea Mantegna empiezan el género del autorretrato. La historiadora del arte Joanna Woods-Marsden lo analiza en un libro titulado Renaissance Self-Portraiture: The Visual Construction of Identity and the Social Status of the Artist. Para ella el autorretrato tiene eso, una ansiedad por el estatus del artista.
Ese género pictórico fue perfeccionado a lo largo del tiempo. En él caen Rembrandt y sus oscuros autorretratos, Velázquez y su aparición en Las meninas, pero los reyes del autorretrato moderno son Vincent van Gogh y Frida Kahlo.
La aparición de la cámara fotográfica revoluciona todo. A fines del siglo XIX, el francés Gaspard-Félix Tournachon, alias Nadar, nos regala la que tal vez sea la fotografía madre de las selfies del siglo XXI: su Autorretrato giratorio, de 1865. Raffaello, Van Gogh, Nadar y Frida son los padres y madre de las selfies, pero son las plataformas digitales del siglo XXI las que hacen el fenómeno viral e interesante, y que le quitan también el lado artístico, aunque Lady Gaga piense que sus selfies son artpop...
El fenómeno viral
Selfie aquí y selfie allá, en el avión, manejando, en pose casual, con duck face, la que te tomas frente al espejo, la de la playa, la de las partes del cuerpo, las de chica mala, las que te tomas con el famoso que viste en el aeropuerto. Hay varios tipos de selfies y cada segundo nace tal vez uno más. Es un género fotográfico en constante evolución.
Todo es culpa de los millennials, esos jóvenes veinteañeros que, según la revista Time, son la generación más narcisista y autorreferencial de la que se tenga registro.
Son jóvenes que usan las redes sociales para pasar del anonimato a convertirse en trendsetters digitales, a coleccionar likes, más de 100, más de mil, más de 10 mil. Los que presumen el cuerpo trabajado en el gimnasio, los nuevos ricos que te avientan en la pupila su riqueza, los vuelos en jets privados, los mirrreyes y sus lobukis, en sus versiones asiáticas, europeas y estadounidenses, y alguna que otra hija de un líder sindical petrolero mexicano. Es la era ya no de los 15 minutos de fama de Warhol, sino de las cibercelebridades, efímeras también, pero con mayor resonancia.
No son solo los personajes ignotos. Son también las estrellas del mainstream. Es Belinda quien captura sus selfies con su maquillista y la celebran sus más de 700 mil seguidores en Instagram. Es ese maquillista que se monta en la fama de los otros y acumula seguidores. Es Madonna y su lucha por sobrevivir en el firmamento al tomarse selfies como si fuera veinteañera. Es Ana de la Reguera en selfies más minimalistas y donde muestra su sonrisa etérea o promociona a su amado Veracruz.
Son también las estrellas de El Canal de las Estrellas que aprovechan el fenómeno de las selfies para tener el control de su imagen, o eso piensan. Como argumenta el académico Jeff Jarvis en su libro Public Parts, la privacidad en la era de las redes sociales no existe. Ni siquiera para los socialités que tienen sus cuentas en modo privado. Instagram, Twitter y Facebook tienen los derechos de todo lo que haya en sus plataformas.
La egoteca no es privada. La privacidad es una ilusión. En internet todo es público.
La política
Narciso nos seduce a todos. Todos somos selfies. Son los políticos en campaña que necesitan conectar con los votantes jóvenes y sus formas de comunicarse, de conversar en las redes.
Es Peña Nieto que se toma una selfie con una militante del PRI en un evento de la campaña de 2012. Es Barack Obama en una parada en Iowa que carga un bebé, le pasan un iPhone y se toma una selfie para regresarle el infante y el smartphone a la madre. Es Chelsea Clinton que convence a su madre Hillary de tomarse una selfie juntas y compartirla en redes sociales. Es el polémico excongresista estadounidense Anthony Weiner, quien se tomó una selfie de "su selfie", la subió a Twitter y tuvo que renunciar a su cargo legislativo. Es la senadora mexicana Gabriela Cuevas y sus selfies posando en su trabajo, pero también las que se toma con Daniela Magún, integrante del extinto grupo musical Kabah.
Es la otra panista, Mariana Gómez del Campo, y sus selfies con sus hermanas en sus clases de box, pero también las que exhibe para enseñarnos que sí trabaja, o que al menos sabe posar. Es el gobernador Manuel Velasco y sus selfies con Anahí en busca de reconocimiento de nombre a nivel nacional y de paso para presumir su hombría.
Las selfies, además de vanidad, también pueden tener una intención política desde los ciudadanos, célebres y no.
En esta era autorreferencial acudo a una. En 2012, durante la visita de Benedicto XVI a México, me tomé una selfie en la que yo aparecía sin camisa, la subí a Twitter con el hashtag #DesnúdateparaelPapa para celebrar la sexualidad, la diversidad sexual y el derecho a decidir ante la intolerancia del Vaticano frente a estos temas. El hashtag se hizo tendencia mundial. Como este, abundan los ejemplos de "selfies con causa".
Rebecca de Alba y sus selfies para hacer conciencia sobre la lucha contra el cáncer y todo el apoyo de sus amigos, como Sofía Aspe, que sube una selfie para sumarse al Octubre Rosa. Los estudiantes que subieron miles de selfies con su credencial universitaria a las redes sociales para apoyar al movimiento #Yosoy132, durante 2012. Esta intersección de vanidad, política y causa es tal vez lo más interesante de las selfies, por las conversaciones que generan, los apoyos que logran, trascienden fronteras físicas y de idioma.
Nada como ese humano deseo de sentirnos halagados o que nos “echen porras” cuando lo necesitamos. Nada como esa vanidad grupal, reflejo de estos tiempos. Nada como la seguridad y las posibilidades que nos dan las selfies. ¡Clic!
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