Cuando somos deshonestos nos pasa como a un auto que se atasca en la arena. Cada vez que aceleramos, el auto se hunde más. De la misma manera, con cada mentira creamos un hueco del cual es cada vez más difícil salir.
Imagine que usted es ejecutivo de ventas de una empresa. Cada día debe visitar a cinco clientes. Ha visitado cuatro y está cansado. Quisiera ir a descansar con su esposa e hijos. Finalmente, decide reprogramar su última cita, con el cliente A y se va a su casa.
Al día siguiente tiene dos alternativas: entrega su reporte donde figura que visitó sólo a cuatro clientes y ofrece una explicación honesta, o declara que visitó a cinco clientes e inventa los datos de A. Para su jefe es vital que los ejecutivos de ventas cumplan su plan del día. ¿Qué decisión tomaría?
Usted decide inventar los datos, total es sólo un informe. A los dos días lo llama su jefe y le dice que ha escuchado que el cliente A hará una compra importante y le pide que le cuente cómo fue su entrevista ¿Qué haría? ¿Le dice la verdad o inventa el episodio?
Usted decide inventar una conversación inexistente sobre las posibles compras de A. Termina la reunión un poco asustado, pero pensando que ya pasó lo peor. Al día siguiente su jefe decide ir a A con usted para profundizar las conversaciones iniciadas en su cita inicial. ¿Le dice la verdad?
El caso anterior revela cómo a medida que respondemos ante situaciones cotidianas de forma deshonesta, vamos limitando nuestra propia libertad. El profesor Jonathan Golergant, señala que cada vez que faltamos a la verdad, es más difícil dar marcha atrás y rectificarnos. Creamos las paredes de nuestra propia cárcel, mentira a mentira y terminamos esclavizados por nuestras propias palabras.
Por otro lado, el mundo de los negocios ya es lo suficientemente complejo y demanda tener nuestra memoria sobrecargada de cifras, datos y hechos. ¿Por qué cargarla adicionalmente con hechos inventados que no hemos vivido para justificar nuestras mentiras?
Un alpinista que escalaba una montaña tenía dos caminos para llegar a la cima. Uno largo, lento, seguro, con poca pendiente, y otro inmediato, más empinado y con mucha nieve. Decide tomar el corto, para llegar antes. Pero como la nieve no estaba firme, resbaló al precipicio. Eso mismo le ocurre a los ejecutivos a cada minuto. Enfrentan decisiones para escalar la cima de su desarrollo profesional.
Frecuentemente, el camino más rápido a la cima es el que quiebra nuestros valores. Nos presionan para producir resultados, alcanzar metas, conservar nuestro puesto y optamos por lo que da mayores ganancias en el corto plazo.
Sin embargo, el terreno de la vida poco íntegra es como la nieve y, en el largo plazo, se derrumba al precipicio.
Además de los robos y sobornos, la deshonestidad se presenta en la empresa de otras formas sutiles: manipular la información mostrando sólo lo bueno o lo malo de un proyecto por conveniencia; hablar mal y generar rechazo hacia alguien que consideramos rival en la empresa, modificar cifras de proyectos; apropiarse de ideas de colegas, u omitir una verdad que por responsabilidad debemos comunicar.
Un jefe de personal llama a un nuevo empleado y le dice: Tú, ¿qué creíste, que te saldrías con la tuya? He confirmado tus referencias y no has trabajado en ninguna empresa mencionada en tu curriculum. ¿Creíste que me podías engañar? De ninguna manera, respondió el empleado con seguridad: “Sólo estaba mostrando mis verdaderas capacidades. En el aviso que publicó solicitando personal decía que ustedes buscaban personas con excelente imaginación”. (The manager’s intelligent report)
Por más creativos que seamos justificando deshonestidades como en la historia, la verdad prevalecerá en el largo plazo.
Usemos nuestra creatividad e ingenio para encontrar nuevos caminos, no para justificar aquellos que tomamos desviados de nuestros valores.
Por Davis Fischman